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.En el segundo caso, cuando losque combaten entre sí no pueden inspirar ningún temor, mayor es, la necesidad dedefinirse, pues no hacerlo significa la ruina de uno de ellos, al que el príncipe, si fueseprudente, debería salvar, porque si vence queda a su discreción, y es imposible que consu ayuda no venza.Conviene advertir que un príncipe nunca debe aliarse con otro más poderoso paraatacar a terceros, sino, de acuerdo con lo dicho, cuando las circunstancias lo obligan,porque si veciera queda en su poder, y los príncipes deben hacer lo possible por noquedar a disposición de otros.Los venecianos, que, pudiendo abstenerse de intervenir, sealiaron con los franceses contra el duque de Milán, labraron su propia ruina.Pero cuandono se puede evitar, como sucedió a los florentinos en oportunidad del ataque de losejercitos del papa y de España contra la Lombardía, entonces, y por las mismas razonesexpuestas, el príncipe debe someterse a los acontecimientos.Y que no se crea que losEstados pueden inclinarse siempre por partidos seguros; por el contrario, piénsese quetodos son dudosos; porque acontece en el orden de las cosas que, cuando se quiere evitarun inconveniente, se incurre en otro.Pero la prudencia estriba en saber conocer lanaturaleza de los inconvenientes y aceptar el menos malo por bueno.El príncipe también se mostrará amante de la virtud y honrará a los que se distinganen las artes.Asimismo, dará seguridades a los ciudadanos para que puedan dedicarsetranquilamente a sus profesiones, al comercio, a la agricultura y a cualquier otraactividad; y que unos no se abstengan de embellecer sus posesiones por temor a que selas quiten, y otros de abrir una tienda por miedo a los impuestos.Lejos de esto, instituirápremios para recompensar a quienes lo hagan y a quienes traten, por cualquier medio, deengrandecer la ciudad o el Estado.Todas las ciudades están divididas en gremios ocorporaciones a las cuales conviene que el principe conceda su atención.Reúinase de vezen vez con ellos y dé pruebas de sencillez y generosidad, sin olvidarse, no obstante, de ladignidad que inviste, que no debe faltarle en, ninguna ocasión. Capitulo XXIIDE LOS SECRETARIOS DEL PRINCIPENo es punto carente de importancia la elección de los ministros, que será buena omala según la cordura del príncipe.La primera opinión que se tiene del juicio de unpríncipe se funda en los hombres que lo rodean: si son capaces y fieles, podrá reputárselopor sabio, pues supo hallarlos capaces y mantenerlos fieles; pero cuando no lo son, nopodrá considerarse prudente a un príncipe que el primer error que comete lo comete enesta elección.No había nadie que, al saber que Antonio da Venafro era ministro de PandolfoPetrucci, príncipe de Siena, no juzgase hombre muy inteligente a Pandolfo por tener porministro a quien tenía.Pues hay tres clases de cerebros: el primero discierne por sí; elsegundo entiende lo que los otros disciernen, y el terecro no discierne ni entiende lo quelos otros disciernen.El primero es excelente, el segundo bueno y el tercero inútil.Era,pues, absolutamente indispensable que, si Pandolfo no se hallaba en el primer caso, sehallase en el segundo.Porque con tal que un príncipe tenga el suficiente discernimientopara darse cuenta de lo bueno o malo que hace y dice, reconocerá, aunque de por sí no lasdescubra, cuáles son las obras buenas y cuáles las malas de un ministro, y podrá corregiréstas y elogiar las otras; y el ministro, que no podrá confiar en engañarlo, se conservaráhonesto y fiel.Para conocer a un ministro hay un modo que no falla nunca.Cuando se ve que unministro piensa más en él que en uno y que en todo no busca sino su provecho, estamosen presencia de un ministro que nunca será bueno y en quien el príncipe nunca podráconfiar.Porque el que tiene en sus manos el Estado de otro jamás debe pensar en símismo, sino en el príncipe, y no recordarle sino las cosas que pertenezean a él.Por suparte, el príncipe, para mantenerlo constante en su fidelidad, debe pensar en el ministro.Debe honrarlo, enriquecerlo y colmarlo de cargos, de manera que comprenda que nopuede estar sin él, y que los muchos honores no le hagan desear más honores, las muchasriquezas no le hagan ansiar más riquezas y los muchos cargos le hagan temer los cambiospoliticos.Cuando los ministros, y los príncipes con respecto a los ministros, proceden así,pueden confiar unos en otros; pero cuando proceden de otro modo, las consecuencias sonperjudiciales tanto para unos como para otros. Capitulo XXIIICOMO HUIR DE LOS ADULADORESNo quiero pasar por alto un asunto importante, y es la falta en que con facilidad caenlos príncipes si no son muy prudentes o no saben elegir bien.Me refiero a los aduladores,que abundan en todas las cortes.Porque los hombres se complacen tanto en sus propiasobras, de tal modo se engañan, que no atinan a defenderse de aquella calamidad; ycuando quieren defenderse, se exponen al peligro de hacerse despreciables.Pues no hayotra manera de evitar la adulación que el hacer comprender a los hombres que no ofendenal decir la verdad; y resulta que, cuando todos pueden decir la verdad, faltan al respeto.Por lo tanto, un príncipe prudente debe preferir un tercer modo: rodearse de los hombresde buen juicio de su Estado, únicos a los que dará libertad para decirle la verdad, aunqueen las cosas sobre las cuales scan interrogados y sólo en ellas.Pero debe interrogarlossobre todos los tópicos, escuchar sus opiniones con paciencia y después resolver por si ya su albedrío.Y con estos consejeros comportarse de tal manera que nadie ignore queserá tanto más estimado cuanto más libremente hable.Fuera de ellos, no escuchar aningún otro, poner en seguida en práctica lo resuelto y ser obstinado en su cumplimiento.Quien no pro- cede así se pierde por culpa de los aduladores o, si cambia a menudo deparecer, es tenido en menos.Quiero a este propósito citar un ejemplo moderno, Fray Lucas [Rinaldi], embajadorante el actual emperador Maximiliano, decía, hablando de Su Majestad, que no pedíaconsejos a nadie y que, sin embargo, nunca hacía lo que quería.Y esto precisamente porproceder en forma contraria a la aconsejada [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]
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