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.-Tú.tú sí que eres el ladrón de mi tesoro, bestiaferoz, y vas a morir.Los movimientos de Luis fueron tan rápidoscomo los de un tigre hambriento al arrojarse sobresu presa para devorarla, y el yankee hubiera pereci-do sin remedio en sus manos antes de hacerse cargode que se le mataba, si Pedro y el lacayo, desplegan-do todas sus fuerzas, no hubieran logrado conte-nerle.Pero como Luis, con la mirada extraviada ydesencajado el rostro, no cejase en su empeño dematar a su aborrecible rival, hubieron de pedir auxi-lio, porque no eran bastantes ambos a contenerle ensu furia, pues ésta se redoblaba a cada momento deuna manera prodigiosa.Los jornaleros y algunoscriados del convento acudieron a las voces, y mien-tras unos rodearon a la dama que se había desmaya-do, otros se lanzaron sobre Luis, siéndoles pocomenos que imposible dar cuenta de él, porque pare-cía un loco furioso.En efecto; no tardaron todos encomprender que loco furioso acababa de volverse elmalaventurado joven.A duras penas pudieron arrastrarle hasta una delas habitaciones del convento, y allí le dejaron cus-150E L P R I ME R L OC Otodiado mientras el yankee, palpando su ancho pes-cuezo, en el cual habían dejado sangrientas huellaslos dedos del pobre Luis, murmuraba:-Mí, a barbara Espana no volver: aquí robarmuqueres y desollar homes vivos.A los pocos días, Berenice dio a luz un niñomuerto.¿Por qué se había atrevido a visitar aquelbosque, en el cual había sido causa de la mayor feli-cidad y de la más grande desdicha que puede caberlea un hombre?Pedro lo supo después: ella andaba recorriendosu país (así como acababa de recorrer otros mu-chos) sin acordarse para nada, al poner el pie enaquellas hermosas praderas, del hombre que allí va-gaba errante entregado a los delirios de su inmortalpasión y esperando volver a verla, para poder morirmártir de un amor incurable.Y en efecto, murió; primero de la peor de lasmuertes, la locura, y después (muy pronto) de laque, en apariencia al menos, da aquí término anuestras penas.Pedro no quiso que su infortunado amigo fuesea pasar el resto de sus tristes días en ninguna casa delocos, si no que allí, en aquel monasterio que Luisllamaba suyo, y que tanto había amado, hizo que se151R O S A L Í A D E C A S T R Oreparasen algunas habitaciones para que, con losque habían de asistirle en su soledad, pudiese vivircon desahogo.¿Quién sabe si a través de la nubeque envolvía su razón no pudo comprender algunavez que se hallaba en su lugar favorito, en dondetanto había gozado, tanto había sufrido, y en dondequería morir?Como se ve, no pudo aquel joven visionario, tanlleno de pasión como de sentimiento, dar principiosiquiera a la soñada regeneración de su país, ni me-nos ser uno de sus apóstoles y mártires, cuando estoúltimo le hubiera sido cosa harto hacedera.Lo único que Luis pudo lograr (y esto pudieratenerse como funesto augurio), fue ser El primerloco que habitó en aquel lugar de soledad a donde,como Luis, solemos ir todos los que le amamos aconsolarnos de nuestras penas y pensar que bienpronto iremos a reunirnos con él en el mundo delos espíritus, los que todavía arrastramos nuestraexistencia en este valle de dolores.La vida del pobre demente fue breve, y dulcessus postrimerías.-¡Berenice.Berenice de mi alma! -repetía sin ce-sar como si rezase-.Vuelve, vuelve.huye de eseogro.refúgiate en mi corazón.Aquí te espero, es-152E L P R I ME R L OC Ocondido en mi sepulcro, para que no nos vean, ni él,ni Esmeralda.¡Allí está.mirándonos.qué ojos.qué sonrisa.qué dientes.! ¿Ves cómo me llama?¡Ven, vámonos al cielo.escondámonos que measustan.huyamos de ellos!¡Quién pudiera descorrer los velos de la eterni-dad, para saber si los sueños amorosos, si las ansiasinmortales de Luis, pudieron cumplirse en otromundo!153 [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]
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.-Tú.tú sí que eres el ladrón de mi tesoro, bestiaferoz, y vas a morir.Los movimientos de Luis fueron tan rápidoscomo los de un tigre hambriento al arrojarse sobresu presa para devorarla, y el yankee hubiera pereci-do sin remedio en sus manos antes de hacerse cargode que se le mataba, si Pedro y el lacayo, desplegan-do todas sus fuerzas, no hubieran logrado conte-nerle.Pero como Luis, con la mirada extraviada ydesencajado el rostro, no cejase en su empeño dematar a su aborrecible rival, hubieron de pedir auxi-lio, porque no eran bastantes ambos a contenerle ensu furia, pues ésta se redoblaba a cada momento deuna manera prodigiosa.Los jornaleros y algunoscriados del convento acudieron a las voces, y mien-tras unos rodearon a la dama que se había desmaya-do, otros se lanzaron sobre Luis, siéndoles pocomenos que imposible dar cuenta de él, porque pare-cía un loco furioso.En efecto; no tardaron todos encomprender que loco furioso acababa de volverse elmalaventurado joven.A duras penas pudieron arrastrarle hasta una delas habitaciones del convento, y allí le dejaron cus-150E L P R I ME R L OC Otodiado mientras el yankee, palpando su ancho pes-cuezo, en el cual habían dejado sangrientas huellaslos dedos del pobre Luis, murmuraba:-Mí, a barbara Espana no volver: aquí robarmuqueres y desollar homes vivos.A los pocos días, Berenice dio a luz un niñomuerto.¿Por qué se había atrevido a visitar aquelbosque, en el cual había sido causa de la mayor feli-cidad y de la más grande desdicha que puede caberlea un hombre?Pedro lo supo después: ella andaba recorriendosu país (así como acababa de recorrer otros mu-chos) sin acordarse para nada, al poner el pie enaquellas hermosas praderas, del hombre que allí va-gaba errante entregado a los delirios de su inmortalpasión y esperando volver a verla, para poder morirmártir de un amor incurable.Y en efecto, murió; primero de la peor de lasmuertes, la locura, y después (muy pronto) de laque, en apariencia al menos, da aquí término anuestras penas.Pedro no quiso que su infortunado amigo fuesea pasar el resto de sus tristes días en ninguna casa delocos, si no que allí, en aquel monasterio que Luisllamaba suyo, y que tanto había amado, hizo que se151R O S A L Í A D E C A S T R Oreparasen algunas habitaciones para que, con losque habían de asistirle en su soledad, pudiese vivircon desahogo.¿Quién sabe si a través de la nubeque envolvía su razón no pudo comprender algunavez que se hallaba en su lugar favorito, en dondetanto había gozado, tanto había sufrido, y en dondequería morir?Como se ve, no pudo aquel joven visionario, tanlleno de pasión como de sentimiento, dar principiosiquiera a la soñada regeneración de su país, ni me-nos ser uno de sus apóstoles y mártires, cuando estoúltimo le hubiera sido cosa harto hacedera.Lo único que Luis pudo lograr (y esto pudieratenerse como funesto augurio), fue ser El primerloco que habitó en aquel lugar de soledad a donde,como Luis, solemos ir todos los que le amamos aconsolarnos de nuestras penas y pensar que bienpronto iremos a reunirnos con él en el mundo delos espíritus, los que todavía arrastramos nuestraexistencia en este valle de dolores.La vida del pobre demente fue breve, y dulcessus postrimerías.-¡Berenice.Berenice de mi alma! -repetía sin ce-sar como si rezase-.Vuelve, vuelve.huye de eseogro.refúgiate en mi corazón.Aquí te espero, es-152E L P R I ME R L OC Ocondido en mi sepulcro, para que no nos vean, ni él,ni Esmeralda.¡Allí está.mirándonos.qué ojos.qué sonrisa.qué dientes.! ¿Ves cómo me llama?¡Ven, vámonos al cielo.escondámonos que measustan.huyamos de ellos!¡Quién pudiera descorrer los velos de la eterni-dad, para saber si los sueños amorosos, si las ansiasinmortales de Luis, pudieron cumplirse en otromundo!153 [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]