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.Te lo dice alguien que siempre se interesó por las mujeres, aunque ninguna se interesara nunca por él.—Se golpeó levemente la sien con una sonrisa irónica—.Nada importa que aquí dentro puedan estar todos los conocimientos científicos e intelectuales de este mundo, e incluso que consiga hablar correctamente nueve lenguas.Eso no les importa: prefieren a los tipos como tú.—Ella es distinta.Distinta a todas.—¿Tiene tres piernas?—¡Naturalmente que no!—Entonces es igual que todas, créeme.Y ahora vete; pero recuerda que me debes dinero y deberle dinero a un converso es peor que debérselo al mismísimo demonio…—Lo tendré muy presente.—¡Y que no se te ocurra jugártelo!El cabrero dudó un instante porque tal vez había sido ésa su primera intención, pero reparó en la severidad de los ojos de halcón y asintió al tiempo que de un salto caía ágilmente sobre la cubierta principal:—¡Descuide, señor…! No me los jugaré.¡Y gracias!Esa noche pudo dormir por primera vez a pierna suelta en varios días, y tal era su agotamiento, que ni siquiera reparó en la cercana presencia del hombre que olía a cura, que en esta ocasión permaneció mucho más tiempo del acostumbrado observando el horizonte y las estrellas, a la par que murmuraba por lo bajo frases cada vez más confusas.A la mañana siguiente, sin embargo, tuvo conocimiento bien pronto de lo que le sucedía, ya que tanto los pilotos de las tres naves como algunos de los más veteranos timoneles habían comprobado aterrorizados que, incomprensiblemente, las brújulas noresteaban casi una cuarta.—¿Y eso qué diablos significa? —quiso saber.—Que en lugar de señalar directamente a la estrella Polar, como siempre ha ocurrido, declinan unos quince grados, lo cual tan sólo puede deberse a que la estrella ha cambiado de lugar, cosa impensable, o que todas las brújulas se han averiado a un tiempo, posibilidad harto improbable.El isleño no hizo comentario alguno ya que a decir verdad aún no se había hecho una idea muy clara de cómo funcionaba y para qué servía una brújula, y en cierto modo se le antojaba demoníaca brujería que un pedazo de metal acabase siempre por apuntar en una dirección exacta por más vueltas que se le diera.Decidió, por tanto, desentenderse del tema, pero esa noche nadie pareció capaz de descansar a bordo puesto que todos los ojos permanecían clavados en aquella rutilante estrella que mantenían siempre por la banda de estribor.Resonaron una vez más los lamentos, ya que el eterno coro de los asustadizos consideró un síntoma de terrible agüero que aquella hermosísima estrella, que había demostrado a través de los siglos una inquebrantable fidelidad a los hombres de mar, decidiera traicionarles abandonándoles a su suerte en pleno corazón del «Tenebroso Océano».—¡Volvamos! —suplicaba la mayoría—.La Polar nos está dando el definitivo aviso de que Dios no desea que sigamos adelante.Pero el almirante Colón, aquel que según Cienfuegos hedía a cura y a ropa polvorienta, y apenas abandonaba su minúscula camareta más que para tomar la altura de las estrellas o calcular la velocidad de las naves, reunió a sus pilotos y capitanes para comunicarles que en su opinión el inquietante hecho nada tenía que ver con designios divinos, sino tan sólo con algún desconocido fenómeno astronómico.—Tal vez la Tierra no sea absolutamente redonda sino en forma de pera —dijo—.Lo cual explicaría que al pasar de una determinada latitud, la posición de la estrella sufre una ligera variación.Sea como sea, lo que puedo asegurar es que una cuestión tan nimia no va a hacer variar ni un ápice mis planes.Seguiremos rumbo al Oeste.—Con todos los respetos… —se decidió a intervenir Vicente Yáñez Pinzón que estaba considerado como el más experimentado de los pilotos de la escuadra—.Alterar levemente el rumbo al Sudoeste favorecería en mucho la andadura de las naves.El viento sopla insistentemente en esa dirección y al tomarnos de popa nos permitiría avanzar más aprisa y con menos quebranto para unos cascos y unos aparejos ya de por sí muy castigados.—Según mis cálculos, el Cipango y las costas de Catay están frente a nosotros —fue la tajante respuesta del almirante— y hacia allí nos dirigimos.Todo desvío de la ruta se me antoja una inútil pérdida de tiempo.—A mi modo de ver —puntualizó el andaluz sin dar su brazo a torcer a las primeras de cambio—, nuestro principal objetivo es encontrar tierra y tranquilizar de ese modo a la tripulación.Una vez en ella podremos indagar la mejor forma de continuar hasta el Cipango.—La mejor forma de llegar al Cipango es seguir el rumbo marcado.En diez días avistaremos sus costas.Nadie volvió a argumentar de momento ni una sola palabra, ya que al fin y al cabo el genovés continuaba siendo, por mandato real, el almirante indiscutible de la flota.Ello no impidió sin embargo que entre una parte de la marinería cundiera el descontento, ya que los más expertos habían advertido que el hecho de abandonar la ruta natural de los vientos dominantes —que años más tarde acabaría por denominarse «Ruta de los Alisios» y convertirse en el auténtico «Camino Real» de las travesías hacia las costas del «Nuevo Mundo»— les iba adentrando cada vez con mayor frecuencia en una región de grandes calmas, y para un navegante experimentado ningún peligro más temible existía que el de quedarse sin viento en mitad de un caluroso y desconocido océano completamente inmóvil [ Pobierz całość w formacie PDF ]
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